sábado, 10 de septiembre de 2011

11 de Septiembre: "Aquella mañana..."Azalea Carrillo en Globatium



11/09/2011 00:09:02 l Cultura
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Encuentros Literarios Internacionales mery larrinua
Segunda Parte Septiembre 11, 2011 10 años de los atentados terroristas suicidas cometidos contra Las Torres Gemelas de Nueva York y El Pentágono en Estados Unidos. Encuentros Literarios Internacionales “Luz del Corazón” se une al dolor recordando y conmemorando estos 10 años con la presentación de dos obras de la escritora-poeta cubana Azalea Carrillo dedicadas a esta triste fecha. A continuación el cuento “Aquella mañana…” ganador del Primer Premio en Narrativa de la Sociedad Cultural Santa Cecilia. (lease en el articulo anterior el soneto "A las Torres") mery larrinua directora www.luzdelcorazon-mlarrinua.blogspot.com luzdelcorazon-mlarrinua@hotmail.com...
11 de Septiembre: "Aquella mañana..."Azalea Carrillo
Encuentros Literarios Internacionales mery larrinua
“Aquella mañana...” Por: Azálea Carrillo Septiembre 17, 2001 Primer Premio en Narrativa Sociedad Cultural Santa Cecilia Concurso Literario 2002 Sonó el despertador y como siempre hacía, lo apagué preguntándome a mí misma, ¿por qué tenía esta rutinaria costumbre de poner la alarma y levantarme temprano?, cuando no tenía nada que realizar, absolutamente nada. Podía quedarme en la cama el día completo si así lo quisiera, o la semana; el mes entero y nadie se enteraría. Quizás, pensaba, que al amanecer era una forma de poder encontrarme con Dios... Traté de levantar mi cuerpo de la cama, mis movimientos eran lentos, sentía la vida pesarme en las espaldas. Al mirarme en el espejo pude ver en mi cansado rostro, ese sentir de desconsuelo, esa tristeza conocida que ya era parte de mí. Sabía que hoy también la pasaríamos juntas, mi mejor amiga: la tristeza y yo. Revisé con la mirada mi cuarto, todo estaba impecable. Los refinados muebles, los cuales fueron una vez adquiridos en uno de los almacenes más prestigiosos de Manhattan, brillaban con esplendor. La alfombra mullida persa, los cuadros de célebres pintores, adornos costosos, en fin, de qué me vale poseer todo esto si me falta lo más valioso. Hoy no estaba con ánimo de ir a trotar como hacía todas las mañanas, ¿para qué?, me preguntaba, ya no importa nada. Hice café, lo tomé sin ningún deseo, nada sabe igual, nada es igual, ahora pasaba muchos momentos en soledad. Creo que estoy muriendo lentamente, pienso que la vida me defraudó, ¿de dónde saco las fuerzas para seguir en el camino? Miré el sobre que se encontraba arriba del buró, el cual me anunciaba que mi matrimonio de treinta años se había convertido en un evidente divorcio. Mi esposo, muy generosamente, me otorgaba todas las propiedades de Nueva York, dejándome muy bien económicamente. Mirando por la ventana de mi elegante apartamento se podía divisar el Parque Central, era un bello y soleado día de septiembre en Nueva York; otro día más, otro día igual... Traté de mirar la televisión, al momento la apagué, tampoco podía concentrarme en la lectura, todo se vuelve apático a mi alrededor. Aunque la intuición me decía que algo extraño estaba por acontecer, me invadió una sensación de ansiedad y miedo. Me puse el traje trotador por ser más cómodo, y bajé, dándole los buenos días al portero que solícito me abría la puerta. Salí al vigorizante aire otoñal, una ráfaga de viento rozó mi cara dándome la energía que me faltaba, dirigí mis pasos hacía el parque. Tendré en algún momento, que ponerme a pensar detenidamente en lo que haré con el resto de mi vida. Me senté en un solitario banco, viendo pasar las laboriosas personas dirigirse a sus trabajos. Iban y venían presurosos, nadie parecía reparar en mi presencia, los neoyorquinos siempre andaban con prisa, e indiferentes a lo que pudiera acontecer a su alrededor. Respiré profundamente, concentrándome en la belleza del paisaje; los colores parecían intensificarse y hacerse más iridiscentes. La hierba, las flores y los árboles, lucían particularmente iluminados. Será preciso poner los recuerdos en orden y hacer un examen de conciencia, e intentar equilibrar entre el pasado y el presente. Consideré la posibilidad de hacer un largo viaje, o trataría de buscar un trabajo para distraerme. La vida social nunca fue de mi agrado, la encontraba hipócrita y superficial, jamás me sentí parte de ese mundo. El presente se iba forjando: entre el sufrimiento y el fracaso... Ya nada será igual, todo ha de cambiar... Las palomas volaban, haciendo un manto en el despejado cielo, la mañana anunciaba buen tiempo. El sol brillaba imperturbable rodeado de nubes blancas, dibujando en el cielo bellos matices de prismas azulados. El revolotear de alas se escuchaba rítmico y sonoro, tal si fuera música celestial. Percibía como eco un sinnúmero de sonidos individuales, que configuraban el coro matinal de Nueva York. Adapté mi oído para escuchar sólo el gorjeo de las palomas, cerrándome al estruendoso pitar de los taxis al pasar, y el continuo chillar de las sirenas de bomberos o policías. Traté de no escuchar las voces de las personas que pasaban por mi lado, cerré mis oídos al estrepitoso tráfico. La música penetrante del algún radio se oía en la distancia, la ciudad burbujeaba envuelta en altas resonancias neoyorquinas, cuyos sonidos resbalaban por mis oídos. Sonreí al ver que mis intentos de bloqueo estaban dando resultado, a mi alrededor todo parecía mudo y apagado. Solamente escuchaba el arrullo de palomas que se acercaban confiadas, al verme inerte y solitaria sentada en un banco del parque. Me rodeaban rascacielos de hierro, los cuales sobresalían impresionantes, coronando la ciudad en lo alto del infinito cielo. Sentí la brisa acariciar mi rostro suavemente, el pensamiento negativo de ver la vida como una molestia no me abandonaba... Tendré que enfrentar el mundo bajo otro ángulo, y a estas alturas de mi vida, siento que no pueda continuar en la lucha... Aunque no me queda más que intentarlo... Dentro de mi ensoñación, escuché una risita muy cerca, que me hizo salir de las reflexiones en que me había sumergido. De pronto, vi delante de mí una niña de sonrisa amplia; alegre, que me miraba riendo. Fue cuando me di cuenta que una paloma, aprovechando mi inmovilidad se había posado sobre mi cabeza, echando a volar al momento de moverme. La niña reía divertida, traté de hacerlo yo también; pero descubrí que se me había olvidado reír, o quizás mi cara se había endurecido perdiendo la facilidad de expandirse y sonreír. -¡Que graciosa! –dijo riendo alegremente-. La paloma pensó que usted era una estatua, y se posó en su cabeza. Una estatua, dije para mí... La niña continuaba jugando con las palomas; correteando detrás de ellas. Seguí sin moverme, recordando hace años haber posado para un escultor, lágrimas corrían por mis ojos al reavivarse aquellos años felices de mi juventud. Volví a la realidad, al ver a la niña que me miraba seria y silenciosa. -¿Está triste? –me dijo. Limpié mis lágrimas... -¿Por qué llora?, ¿no le gustan las palomas? -¡No; no es eso!, sí, me gustan. Sólo recordaba... -¿Recordaba? -dijo la niña sentándose junto a mí. -¿Qué recordaba? –preguntaba con curiosidad infantil, mirándome con atención. -¡Cosas! –dije- a veces por cualquier bobería uno se acuerda de cosas... -¡A mí me pasa igual! –dijo acomodándose en el banco a mi lado. La miré viéndole su ropita humilde, su carita linda e inocente, me vi sonriéndole. -Yo recuerdo –dijo- las palomas de mi abuelo... Me miró, de pronto sus lindos ojitos brillaron con el resplandor de las lágrimas. Cambió la vista, limpiándose rápidamente una lágrima que resbalaba por su dulce carita. No supe qué decirle, no sabía cómo tratar a los niños; nunca estuve muy cerca de ellos... No tuve hijos. -¡Quizás tengan hambre! -¿Tengan hambre? –repetí. -¡Sí; las palomas!, como no tienen casa, pueden tener hambre. Quería decirle que el parque era la casa de las palomas, pero no tenía deseos de hablar, o más bien las palabras no me salían... -¿Usted tiene casa? -¡Sí! –le susurré. Su carita volvió a recobrar la alegría, al decir: -¡Nosotros vamos a tener casa mañana! Volví a sentir lágrimas en mis ojos, de pronto oí una voz de mujer que decía: -¡Marisela, no molestes a la señora, ven a mi lado! La niña hizo como que no oía, quedándose junto a mí. -¿Usted cree que pueda tener palomas cuando tengamos casa? -¡No lo sé! –contesté. -Mi abuelo le hizo una casa a las palomas, ahí vivían. Y por mucho que volaban siempre regresaban, eran palomas de varios colores. Su triste carita me miraba y preguntó: -¿Tienes abuelo? -¡No! -Los abuelos son muy buenos, a mi abuelo le gustan las palomas. Me decía que son de Dios y las blancas traen paz, todos los animales son de Dios. Nosotros también somos de Dios. Las palomas volaron cerca de la niña que salió corriendo... La veía jugar tratando de volar como ellas, justo una paloma blanca se posó a mi lado, la niña reía divertida. Me agradaba el sonido de su risa, fue algo nuevo para mí detenerme a escuchar la risa alborozada de esta amistosa niña. Mi vista se detuvo en la mujer joven, que leía un periódico sentada en un banco cercano. De vez en cuando levantaba la vista y miraba a la niña; por un momento nuestras vistas se cruzaron, me sonrió, le devolví la sonrisa. -¡Es mi mamá! –dijo la niña volviendo a darme su atención. Hoy vamos a visitar el trabajo de mi papá. Mi papá nos va a enseñar el restaurante donde trabaja, es en un edifico muy alto, tenemos que ir temprano para que no haya mucha gente. Y me va a llevar arriba del edificio, para que vea los carros como si fueran hormigas. ¿Usted ha visto los carros como si fueran hormigas? Sonreí... -¿Qué edad tienes? –le pregunté. -¡Seis años! -¿Vas a la escuela? -Todavía no, llegamos hace pocos días en un avión grande a reunirnos con mi papá. Porque ya él tiene trabajo y podemos vivir juntos. Ahora estamos en un hotel, pero mañana tendremos una casa, yo voy a ir a la escuela y viviremos aquí. -¿Y te gusta, aquí? -¡No lo sé!, aquí no está el abuelo, ni mi perro. ¡Pero, está mi papá!. Miraba su carita como cambiaba de la tristeza a la alegría: de tristeza al recordar a su abuelo, que pudiera estar lejos, y de alegría al mencionar a su papá. Me sentí conmovida, al ver como esta simpática niña conversaba conmigo, como si me hubiera conocido de siempre. -¡Marisela, ven, tenemos que irnos! La niña corrió hacia su madre que la llamaba, diciéndome adiós con la mano. Me levanté yo también, las vi como tomaban un taxi, al pasar cerca escuché a la madre dándole instrucciones al taxista que las llevara al World Trade Center. Dirigí mis pasos a mi casa... Sí, yo tenía casa, tenía mucho más de lo que pueda tener muchas personas... Tenía mi vida y no iba a dejarme morir, empezaré de nuevo como los padres de Marisela, me fijaría más a menudo en la sonrisa de los niños. Tomaré en cuenta el hecho de que las palomas puedan tener hambre, algo que nunca se me hubiera ocurrido, o si puedan tener casa. Estoy segura que en esas pequeñas cosas de la vida es donde está escondida la felicidad, y los niños siempre tienen ese raro don de encontrarla. Si los adultos se detuvieran en observar a los niños, pudieran descubrir esa felicidad que ellos regalan a todo aquél que esté abierto a recibirla. Hay cosas en este mundo peores que un divorcio, creo que mi vida recién va a comenzar... Me embargaba una sensación de afecto y estima, que no experimentaba desde hacía meses. Gracias Marisela, dije al llegar a mi apartamento, gracias por haberte detenido a hablar con una mujer triste y melancólica; llena de nostalgia. La cual no se percató que una paloma alegremente se lo posó en la cabeza, provocando la más dulce de las risas a una niña, que en aquella mañana de septiembre, iba a visitar el lugar donde trabaja su padre y la cual mañana tendría casa. Reí de buena gana, mi júbilo salió espontáneo, como hacía tiempo no lo sentía, recién me daba cuenta de mi nueva adquirida libertad. Haré las cosas que nunca hice, iré con más frecuencia al parque, construiré una casa para las palomas, compraré un perro. Y como dijo Marisela, los animales son de Dios, todos también lo somos. El haber escuchado a la niña hablar con esa ingenuidad angelical, provocó dentro de mí un sentimiento nuevo. He hablado con personas importantes y famosas, pero con ninguna he aprendido tanto, como con Marisela en los pocos minutos que charlamos. Tomé la resolución: en vez de quejarme por lo perdido, daré gracias a Dios por las cosas que me ha dado, las cuales no le damos valor, aún siendo lo más importante en nuestra vida. Como el tener buena salud, ser conciente de las riquezas que nos proporciona la naturaleza, la risa sana y alegre que te pueda dar un niño, y sobre todo, tener paz espiritual, ese es el mayor tesoro... Viviré lo que no viví, y si tengo un limón, pues sencillamente haré una buena limonada. Es más, fui a la nevera y golosamente corté un pedazo de torta de frambuesa, ¡se acabaron las dietas! Se acabó aquella vida en las sombras, brillaré como la risa de Marisela, el pasado no se puede cambiar, pero se puede hacer algo por lo que queda de futuro. Empezaré sola como lo han hecho muchas, y esta vez seré yo; para bien o para mal, sin programaciones impuestas, sin miedos ni vacilaciones. Nunca es tarde para aprender las lecciones de la vida, nunca es tarde para empezar... Sonreí recordando la carita alegre de una niña, que puso su atención en mi persona, dándome sin saberlo, la necesidad de tener un propósito en la vida. Me encontraba en el medio de uno de esos momentos únicos, que van más allá de la experiencia que pueda tener un ser humano. Estaba viviendo y sentía la vida fluir entre mis venas, estaba viva... Me miré al espejo, ya mi cara no se notaba cansada, había adquirido la placidez de la armonía... Decidí hacerme una concesión a mi misma... Y entonces dije: “Hoy martes, once de septiembre del año dos mil uno, será el comienzo de una nueva vida...” www.globatium.com Localidad: Argentina Seccion: Cultura