sábado, 9 de diciembre de 2017

DR. MIGUEL MARTIN FARTO-CUBA-USA


LA CHIVA PANCHITA

 

En un pueblo de vacas, toros, caballos y muchísimos otros animales, vivía la chiva Panchita. Ella era alegre y podemos decir que hasta inteligente. Su afición era la música; tocaba la tumbadora tan bien, que el ritmo repiqueteaba en el aire como si cantara. Pero tenía un grave defecto: era muy desorganizada.

A la escuela siempre llegaba tarde, y si no se le quedaba un lápiz, se le perdía la libreta. Para los exámenes ¡ni se diga! Estudiaba a última hora y si lograba aprobar, sólo lo hacía con el mínimo. En la casa, lo mismo; el uniforme debajo de la cama, una silla arriba del escaparate, la colchoneta sobre la mesa de comer.

–¡Qué desastre! -exclamaba siempre la hormiga Prudencia cuando veía tanto desorden.

Y un día llegaron los carnavales, y la chiva estaba embulladísima. Figúrense lo que sería un carnaval en el pueblo de los animales.

Todo era entusiasmo. Ya se había hecho la selección de la estrella y los luceros, que recayó en la ternera Macuca, quien iría en una carroza con dos conejitas, tres gaticas y una gallina lindísima. Para el paseo de máscaras, tremendo alboroto; el cerdo Tomás se disfrazaría de lagartija y el camaleón Conrado inventó unas alas de papel para lucir igual que un tomeguín del Pinar.

De la comparsa se encargó Panchita. Las parejas se localizaron fácilmente, los trajes fueron confeccionados por las mariposas y los instrumentos musicales estaban casi completos; sólo faltaba la tumbadora, que se buscó por todo el pueblo, hasta que al final la pudieron conseguir con Severo, el caballo, quien la prestó con muchos requisitos:

–¡Cuídenla mucho, más que a la niña de sus ojos, y si se les pierde, se van a buscar un lío conmigo!

Antes de comenzar las actividades musicales, ya la comparsa impresionaba ensayando.

Verdaderamente Panchita hacía cantar la tumbadora, y el ritmo avanzaba contagioso entre los sudorosos bailadores. El día anterior al paseo de carnaval se ensayó con los trajes de rumbero y aquello fue maravilloso.

Esa noche Panchita llegó muy alegre a su casa, puso la tumbadora en el suelo y se quitó el vestido. En la cama casi no pudo dormir; no esperó la mañana, quería recibir el Sol al compás de la tumbadora. Pero al levantarse no la encontró. ¿Dónde estaba?

¡Figúrense, buscar algo donde todo estaba al revés!

Comenzó primero con despreocupación:

Debe estar en la cocina...o si no en el lavabo, o recostada en la bañadera pero la tumbadora no aparecía. Colgada de la lámpara de la sala, seguro que está...creo que detrás del escaparate...

Busca y busca..., pero nada...Mientras tanto, el reloj caminaba. Ya Panchita se comía las uñas, pensando dónde podría estar...Y seguía buscando cada vez más preocupada. Jamás se había encontrado en un aprieto tan grande:

Pensarán que se me ha roto... ¡Y como es ese caballo de genioso!

Y en su mente tarareaba el fragmento de un conocido estribillo:

Chivo que rompe tambó

con su pellejo paga.

 

Ya lloraba sentada sobre su traje de rumbera, cuando oyó la voz de Prudencia, la hormiga.

–Todo esto te ha pasado por desorganizada.

–No, Prudencia, estoy segura de que me la han robado.

–Pero, ¿cómo te van a robar si aquí el que entra se pierde con tanto reguero que hay? Voy a darte un consejo: sé ordenada y organiza tu casa; estoy segura de que encontrarás lo que buscas.

Y sin esperar más, Panchita comenzó su labor, que le tomó algún tiempo. Pero al final todo fue quedando en su puesto. ¡Había que ver qué bonita era la casa de la chivita cuando se arreglaba! Lo malo era que así y todo no aparecía la tumbadora.

"¡Me la han robado!", pensaba cada vez más convencida y sin tener la menor duda.

Nuestra amiga se sentó sobre su traje mientras una lágrima le corría por la cara.

–¡Pero, Panchita! ¿Por qué lloras?

–¿Usted no ve, Prudencia, ¿cómo ya soy ordenada y no aparece la tumbadora?

–Tú no eres ordenada todavía, porque si lo fueras no estarías sentada sobre el traje de rumbera.

–¡Ay, verdad!, lo guardaré. ¡No!, si ya me lo tengo que poner, pues es de noche y me esperan en el carnaval. Claro que no tengo tumbadora.

Y no saben ustedes que sorpresa se llevó Panchita al levantar el vestido: debajo estaba la tumbadora.

Prudencia, ¡qué alegría! Y pensar que hasta me senté sobre ella.

Entonces dio un salto y, corriendo, a la vez que tocaba la tumbadora, se fue a guarachar en la comparsa.

La fiesta fue muy linda: se quemaron voladores, luces de bengala y hasta fuegos artificiales. Al final se formó un guaguancó y la chivita se puso a cantar:

 

Fui chivita descuidada,

todo me salía mal,

ahora soy chiva ordenada

y rumba quiero bailar.